2008年10月19日日曜日

"Golconde" de René Magritte

Llover. Caer agua de las nubes. Llueve. Pero no es agua lo que cae. Son hombres. Todas las gotas que caen del cielo nublado son hombres. Hombres vestidos en traje negro, abrigo largo y negro, un sombrero negro, caen del cielo azul-gris. Lucen las camisas blancas y los rostros pálidos de los hombres en el cielo sombrío de Bélgica.


Caen silenciosamente sin fin de gotas del hombre vestido en negro. Algunos dan sombras en los techos, los techos de color guinda empinados para que caigan la nieve en el invierno. Los hombres llueven silenciosamente. Algunos dan sombras en las paredes y ventanas de los departamentos. Las paredes de color marfil, las ventanas con cortina cerrada, no tienen nada destacable, todo es repetición monótona, silenciosa e infinita, como las gotas del hombre.


Este hombre está de frente, ese otro se deja ver su perfil derecho, aquel mira hacia atrás, pero ninguno tiene expresión, ni triste ni melancólico, solamente son inexpresivos. Las gotas que vienen de lo alto del cielo, las gotas que se divisan a lo lejos, las gotas que pasan a ras de nuestra mirada, todos son iguales, hombres inexpresivos vestidos en negro.


Las gotas del hombre son indiferentes a dónde caen. Solamente caen. No les importa si les absorbe la tierra. Lentamente caen. También son indiferentes los habitantes de los departamentos de frente, con las cortinas cerradas. Caen infinitamente las gotas del hombre.


Nosotros somos los únicos testigos de esa lluvia del hombre. Mirándola desde la ventana de color marfil, a través de la cortina entreabierta, desde uno de los innumerables departamentos idénticos. Siguen cayendo las gotas del hombre.